EL ELEGIDO
Castillo de Montsegur. Este relato de ficción ganó el premio de relato corto de autor local de Guardamar 2014 |
El Elegido
L
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as primeras luces del día se abrían camino entre las angostos
picos de las montañas pirenaicas del País d’Oc. Los pájaros redoblaban sus
cantos anunciando la pronta venida de la primavera.
La guarnición de la pequeña fortaleza de Montsegur estaba
exhausta y hambrienta
después de nueve meses de asedio por las tropas de Simón de
Roquefort, comandante de la Santa Cruzada promulgada por el Papa Inocencio III a
principio del siglo XIII contra la herejía Cátara.
En Montsegur se habían refugiado los últimos Cátaros, un
movimiento religioso que discrepaba de los métodos de la Iglesia Católica dada
a los ritos fastuosos y al exhibicionismo de las riquezas terrenales. <<El
Papa Inocencio III era conde. Fue nombrado por su tío, el Papa Clemente III, Cardenal
a los 28 años y proclamado Papa por la Curia Romana a los 37 años de edad
>>
Ante los abusos de las clases dirigentes de la nobleza y el
clero -muy dados a los placeres terrenales- los Cátaros promulgaban una vida más
espiritual y sencilla predicando que el cuerpo físico de las personas era una
creación dominada por el diablo. Por lo tanto Cristo debió de tener un cuerpo
etéreo, no material. No aceptaban que Jesús hubiera nacido para perdonar el
pecado original de Adán y Eva sino para enseñar a los humanos a abandonar su
entidad terrenal y alcanzar la dimensión angelical. Para los Cátaros el cuerpo
era una carga que no les permitía llegar a la divinidad, para conseguirla debían
pasar por varias fases e incluso reencarnarse; los que llegaban a la última fase
de este proceso se les denominaba Perfectos -llevaban una vida ascética fuera
de los placeres terrenales-, y se les consideraba herederos de los apóstoles,
con la facultad de anular los pecados.
En la noche del 15 de marzo de 1244, el Perfecto de la Congregación
de Montsegur hizo llamar a su celda a un joven novicio –Andreu de Alulayés i
Liyó- hijo del señor feudal de un pequeño valle de los Pirineos meridionales.
Andreu de Alulayés i Liyó quedó sorprendido cuando el
bonachón de Bernard le comunicó el deseo del Perfecto.
–¿Qué querrá el viejo a estas horas?- le preguntó a Bernard.
-¡No sé! Pero algo muy importante debe ser si quiere hablar
contigo, cuando los cruzados están a punto de entrar en la fortaleza, –le
respondió.
El muchacho tomó la lámpara de aceite y se dirigió a la sala
superior de la torre del Homenaje dónde estaba situada la celda del Perfecto, Guillés
de Albí.
La noche era muy oscura y soplaba una ligera brisa que hacía
temblar la diminuta llama de la lámpara al pasar por delante de las estrechas
troneras de la torre. Después de avanzar por un oscuro pasillo llegó ante la
puerta del aposento del Perfecto y tocó suavemente con sus nudillos la rugosa
madera.
-Pasad hijo mío-. Sonó una débil pero férrea voz.
El muchacho empujó la pesada y quejosa puerta que emitió un lastimero
sonido, y entró en el aposento. Al fondo, entre sombras, vislumbró a un anciano
vestido con un hábito blanco, irradiaba una especie de luz en toda su silueta.
Su rostro tenía una tonalidad rojiza como si emanara calor del interior de la
piel.
Al ver al novicio intentó dibujar una sonrisa, pero le salió
una mueca de amargura y tristeza. La estancia carecía de muebles, sólo tenía
una pequeña mesa que servía de escritorio, una silla y una esterilla en el
suelo que usaba como cama; la ropa colgaba de una cuerda situada en un ángulo
del rincón de la habitación; de la pared, dónde estaba ubicada la austera cama,
pendía la cruz de los Cátaros presidiendo la pequeña sala.
¡Hijo! -le dijo el Maestro- comprendo tu extrañeza al
requerir tu presencia ante mí a esta hora tan intempestiva y más si cabe por la
situación tan crítica que estamos atravesando. Tengo que comunicarte un secreto
de suma importancia, secreto que si cayera en manos impías cambiaría el destino
del mundo, pero -¡Siéntate!, le dijo ofreciéndole la única silla de la
estancia. Él permaneció erguido en el centro de la habitación levantando
ligeramente la cabeza, como si intentara buscar la inspiración Divina para iniciar
el relato:
-Tendrás referencias por las murmuraciones de otros novicios
que los Perfectos poseemos un gran Tesoro, tesoro que transmitimos de
generación en generación. He de confesarte que no están muy alejados de la
verdad, pero ese Tesoro no es terrenal sino espiritual, es un legado que nos
viene dado desde el momento mismo de la muerte de nuestro Señor Jesús. Como
sabes, -prosiguió- hoy puede ser el último día para todos “nosotros”. Los
hombres del Papa de Roma nos van a exigir que renunciemos a nuestra creencia, ¡cosa
que no vamos a cumplir!; en consecuencia nuestros enemigos nos van a mandar a
la hoguera para “limpiar nuestros pecados”. -¡Tú bien sabes que los pecadores
son ellos!-
El Perfecto continuó exponiendo los motivos de su llamada.
-Después de deliberar con los otros miembros del Consejo de
ancianos hemos decidido poner a salvo el Tesoro de los Cátaros y por tus
cualidades eres el “Elegido”. Debes guardar y transmitir nuestro legado hasta
que el Verbo vuelva a renacer, que según la profecía será dentro de 777 años.
Al oír las palabras del viejo Perfecto, Andreu se quedó extasiado,
a punto de desmayarse; las piernas le temblaban y le costaba emitir palabra. Cuando
se recuperó de la sorpresa inicial,
dijo:
-Pero señor, ¿por qué yo?, solamente soy un joven novicio y
no sé si podré llevar a cabo tan trascendental misión, además ¿cómo podré salir
si estamos sitiados?
El Perfecto le respondió -No te preocupes por eso, todo está
planeado. Esta misma noche burlarás el cerco de nuestros enemigos, te deslizarás
con ayuda de unas cuerdas por la muralla que está situada en el Barranco del
Diablo, que es la zona mas inaccesible y menos vigilada por lo abrupto del
terreno. Una vez en el fondo del barranco un acólito nuestro, infiltrado entre
los sitiadores, te prestará toda la ayuda necesaria, proporcionándote un caballo
con el que podrás llegar hasta las posesiones de tu padre. Bien, no perdamos
más tiempo. ¡Acompáñame!
El anciano cogió una lámpara de aceite con dos mechas y las
encendió acercándolas a la que había en el aposento, abrió la vetusta puerta y
se dirigió sigilosamente hacia la escalera de la torre. Andreu le seguía a
pocos pasos, aún estaba inmerso en su confusión. Delante de él, el Perfecto
parecía una aparición divina, no andaba se deslizaba y en vez de pasos oía el
susurro de las caricias de la tela del hábito. Bajaron hasta la estancia
principal, la cruzaron dirigiéndose hasta una enorme chimenea que servía para
calentar la sala en las frías noches de invierno -aún despedía un ligero calor
a pesar que las brasas llevaban varias horas apagadas-.
El anciano deslizó con la mano una figurilla que adornaba uno
de los extremos de la chimenea y la pared de su fondo se desplazó hacia un
lado, dejando al descubierto una nueva escalinata que se adentraba en las
profundidades de la roca.
El corazón de Andreu parecía salirse de su cuerpo, la emoción
aumentaba en cada nuevo acontecimiento. Bajaron la estrecha escalinata
topándose con una especie de Cripta semejante a las catacumbas de los primeros
cristianos. En su frente, había una pequeña hornacina adornada con signos que
Andreu en su ignorancia no podía descifrar. El asceta abrió la puerta de la
hornacina y sacó un pequeño cofre de plomo, se giró y le dijo a Andreu: -¡He
aquí nuestro tesoro!
Andreu no podía apartar los ojos del cofrecito y pudo
observar que tenía grabados una serie de dibujos, entre ellos: un pez, un
Pantocrátor, una cruz Cátara, un pavo real, etc. También pudo comprobar que la
tapa estaba sellada con fuego y ensimismado en sus pensamientos oyó la voz del
anciano que le hizo volver a la realidad.
-¿Seguro que te estás preguntando por el contenido del cofre?.
-¡Sí Maestro! –le
respondió.
-Bien, presta atención. Lo que te voy a decir es un secreto
muy bien guardado durante siglos, solamente lo saben los Perfectos del Sumo
Consejo, y después de esta noche únicamente lo sabrás tú. Hemos decidido
abandonar nuestros cuerpos pecadores y unirnos a la Luz Eterna, una vez que
hayas cruzado las líneas enemigas.
El Perfecto se sentó en una bancada excavada en la roca de la
cripta, Andreu hizo lo mismo a su lado. El monje continuó con su relato.
-Todo empezó cuando Jesús murió en la Cruz (…), José de
Arimatea le pidió permiso a Pilatos para descolgar el cuerpo de la misma. Ayudado
por Nicodemo lo bajaron y envolvieron en una sábana trasladándolo a un sepulcro
que había en la ladera del Gólgota. Cuando se disponían a lavar y ungir con
perfumes el cuerpo, percibieron como la sábana que lo envolvía olía a quemado,
desprendiendo pequeños hilillos de humo como si ardiera. Levantaron la sabana y
vieron el rostro de Jesús iluminado, por su boca salía una sustancia muy densa
y brillante, José cogió un recipiente de cristal de perfume para ungir y
después de vaciar su contenido, lo colocó en la comisura de los labios de Jesús
recogiendo todo el líquido que pudo. Después lo selló y lo guardó.
Posteriormente se lo entregó al Apóstol Santiago, éste lo colocó
en un cofre de plomo -el recipiente de cristal quemaba a quien estuviera cerca
de él-. Cuando el Apóstol fue enterrado en Santiago de Compostela se depositó
el cofre con la reliquia en su sepulcro. Después de rendirle culto en la
catedral durante cerca de 700 años temiendo que los musulmanes en sus razias la
encontraran, unos monjes Cistercienses, que posteriormente se convirtieron al
catarismo, trasladaron el cofrecillo hasta Montsegur.
Andreu escuchó el relato del anciano con mucha atención, y
cuando éste acabó preguntó con voz entrecortada: -¿Pero…, por qué no se puede
abrir el cofre?
-Porque el soplo divino –le respondió el maestro- se
extendería por el mundo exterminando la especie humana sin estar preparada y
sin tiempo para arrepentirse de sus pecados. Por ello no se puede abrir hasta la
llegada del año 2021. En este año, según la “profecía”, el Verbo se reencarnará
de nuevo dando una segunda oportunidad al género humano y así alcanzar la vida
eterna.
Andreu, después de colocar el cofre y una bolsa de monedas de
oro en un zurrón se dispuso a partir. Subió hasta la muralla y después de
comprobar que la cuerda estaba bien afianzada, la cogió y empezó a deslizarse
por su lienzo, en un par de minutos alcanzó el suelo. Agazapado se escondió en
un arbusto esperando la señal acordada. De pronto oyó un silbido que imitaba a
un autillo, salió de su escondite y vio una silueta acercarse, que le preguntó:
-¿Quién eres? -¡El Elegido! –contestó Andreu.
La silueta se hizo cada vez más nítida, Andreu pudo comprobar
que era una persona muy robusta, vestía cota malla de soldado recubierta con
jubón de tela burda, su rostro estaba cubierto por una espesa barba. En su mano
portaba las riendas de un negro y nervioso corcel. Se las ofreció diciendo:
-Monta al caballo y sal a galope por esta senda y no vuelvas
la vista atrás.
Tras varias horas galopando detuvo el sudoroso corcel en lo
alto de una colina, giró su cabeza y oteó el horizonte en la dirección por la
que había venido. Al fondo pudo
distinguir una pequeña columna de humo blanco que se confundía con las nubes,
en lo más hondo de su ser sintió un gran vacío y una gran pena se apoderó de
él. Ahora era la única persona que conocía el secreto de los Cátaros.
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Castillo de Guardamar, grabado y planta actual
P
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arís amaneció con cielo plomizo la mañana del 14 de enero de
1829, este día no se diferenciaba de otras mañanas del crudo invierno parisino.
Gerald el archivero, rebuscaba en el fondo de un cajón lleno
de documentos y legajos que intentaba catalogar para exponerlos en el museo del
Louvre. De pronto, un documento escrito en piel de cabra llamó su atención, por
el colorido y la perfección de una cruz dibujada en la cabecera. Era una carta
fechada a finales del siglo XIII, escrita por el monje Albigense Michel de
Segny.
Inició su lectura y quedó fascinado por el relato. En ella se
narraba la historia de un joven que se escapó de la hoguera llevándose el
secreto de los Perfectos Cátaros.
Según relataba el monje, el muchacho se había mezclado con
las tropas del Rey Jaime I de Aragón acompañado de un grupo de siervos de su
padre, con intención de establecerse al sur del nuevo Reino de Valencia. Tanto
le fascinó la historia que tras su lectura,
decidió emprender viaje para intentar recuperar el tesoro.
Se documentó sobre la época en la que se desarrollaron los
hechos. Después de la lectura de múltiples fuentes comprobó que a los pocos
días de haber entrado Andreu en el reino de Aragón se había firmando el Tratado
de Almizra, (posiblemente se dirigió hacía esta zona meridional). Además el rey
castellano había ofrecido a su suegro Jaime I repoblar la parte sur de Murcia,
reino vasallo suyo, para controlar las revueltas de los musulmanes que habitaban
en él.
Gerald inició el largo viaje que le llevo dos meses por
caminos tortuosos y llenos de bandoleros. Por fin después de pasar por una
ciudad muy exótica repleta de huertos de palmeras semejante a un oasis del
norte de África llamada Elche, se adentró en un fértil valle. Allí las aguas del
río Segura transcurrían bulliciosas y trasparentes por las acequias, en busca
de la tierra ansiosa y sedienta. Los caminos estaban flanqueados por desnudos
árboles, en espera de la pronta venida de la primavera para vestirse de nuevo,
aunque los almendros y cerezos estaban en flor. Los campesinos trabajaban la
tierra desde el amanecer hasta la puesta del sol, siempre expectantes y
vigilantes ante la amenaza del viejo pero vigoroso río durante esta época del
año. Dónde las inundaciones eran frecuentes.
Gerald se dirigió a Orihuela, que era la capital de la
Gobernación. Una vez instalado en esta ciudad episcopal inició sus pesquisas;
se dirigió a los archivos de la ciudad e inicio la lectura de varios documentos
sobre el repartimiento de tierras de los colonos cristianos del siglo XIII.
Pasó varias semanas examinando los viejos legajos llenos de
polvo. El tiempo trascurría sin sentir. Apasionadamente iba leyendo documento
tras documento, intuyendo que la solución al enigma estaba cerca. De pronto
encontró una carta de petición al Rey Alfonso X para fundar un asentamiento,
cuya fecha no se podía leer bien [127?]. La carta estaba firmada por un tal
Andrés de Alulayes casado con Clara de Claramunt. A Andrés le acompañaban unas
50 familias, originarias algunas de los valles pirenaicos, como las de Sempol,
Vives, Claramunt etc.; otras de la zona de Lleida: Ivars, Verdú, Amorós,
Puigcerver, Pons, Torre-Grossa etc.
No cabía ninguna duda, ¡había encontrado la pista que le llevaría
hasta el tesoro!. Ávidamente devoró la lectura de la carta, en sus párrafos
finales Andrés de Alulayes especificaba
que el nombre de la nueva villa sería GUARDAMAR.
-¿Por qué Guardamar? –se preguntó Gerald. Tenía que haber una
relación entre este nombre y la clave para descubrir el secreto de los Cátaros.
Gerald comenzó a relacionar todos los elementos que poseía: Mont-segur, significaba “monte seguro”
por eso estuvo allí depositado el secreto,
por lo tanto -dedujo- en el topónimo Guarda-mar debía estar contenida la clave. Descompuso todas las sílabas
combinándolas entre ellas, buscando un significado que le diera alguna pista. Después
de varias noches en vela, agotado por el esfuerzo, entró en estado de sopor (….).
Y de repente lo “vio”.
-¡Mon Dieu!-, ¡-Cómo he sido tan tonto! –exclamó. En el
cuaderno dónde tomaba las notas estaba
la clave: GUARDA-M.A.R. - M = Mistyca; A
= Ánima; R = Redemptor.
Ánima Mística del Redentor
“¡Estaba guardada allí, el soplo “Divino”, la Luz de los
Cátaros.. Dios mío! –pensó-, mientras que su corazón aumentaba súbitamente de
pulsaciones. A su mente le vinieron las imágenes de todos esos retratos de clérigos
naturales de Guardamar colgados en las paredes del Archivo de Orihuela. -¡Ellos
eran los “Guardianes” del Secreto, los
nuevos Perfectos, no cabía ninguna duda!
Era la madrugada del primer día de la primavera de 1829.
Gerald no había pegado ojo en toda la noche, cuando se levantó no serían más
allá de las cuatro. En el patio el posadero estaba preparando la pequeña y
ligera tartana, que él mismo conduciría hasta su destino. La Villa de Guardamar
estaba a poco más de cuatro leguas de camino. Se puso en marcha sin demora para
poder llegar a misa primera.
Castillo de Guardamar después del Terremoto de 1829.
El cielo estaba encapotado, una gran nube negra se cernía
sobre la Vega, un extraño silencio dominaba el ambiente, sólo se oía los cascos
del caballo golpetear en el camino. A las dos horas de camino pasó por
Almoradí. La plaza estaba llena de jornaleros esperando el ansiado jornal en
las plantaciones de hortalizas; las pesados carretas tiradas por bueyes
avanzaban con cadencioso paso marcado por los cencerros. Los rayos de sol
asomaban tímidamente entre las nubes a su paso por Rojales. Tomó el camino que bordeaba el río. Los sauces
y moreras se abrían como un túnel vegetal, mientras las ranas croaban entre el
fenás. El camino giró bruscamente a la derecha para tomar el viejo puente de piedra
flanqueado por los Patronos de la Villa. A lo alto destacaba la enorme y
erguida torre del campanario. Gerald exigió el último esfuerzo al caballo para
subir la empinada cuesta. Una vez en la plaza del Arrabal, bajó de la tartana,
amarró el caballo a una argolla en la pared de la muralla y cruzó la oxidada
puerta de hierro. Con paso firme se dirigió a la iglesia. La misa de la mañana
había finalizado y los últimos feligreses salían raudos. Se dirigió al altar
mayor, allí vio una lápida en el suelo con un gran pavo real grabado, se agachó
y pudo leer una inscripción en la lengua d’Oc:
“Hui em xafes. Demà et xafaran a tu”
“Andreu de Alulayes”.
Desplazó la pesada losa de piedra, su corazón parecía salirse
del pecho. Estaba cerca de desvelar el secreto de los Cátaros, bajó siete
escalones topándose con un sarcófago tallado en piedra caliza, deslizó la tapa
(…), ¡allí estaba! El pequeño cofre yacía junto a los huesos de Andreu. Se puso
de rodillas, y con sus manos lo tomó delicadamente. Cuando se disponía a
abrirlo, la tierra tembló, las rocas de la cripta se desprendieron sobre Gerald
y después sólo silencio (...)
Fantástico
ResponderEliminarGracias Gustavo.
EliminarImpresionante!!
ResponderEliminarMe alegro que te guste
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