La Partera
Juana López era una mujer enjuta, muy menuda, nerviosa, muy rápida
en su caminar, parlanchina y dicharachera. Sus manos habían ayudado a venir al
mundo a más de la mitad de los vecinos de la Villa. Los fuertes golpes en su
puerta, le despertaron de su letargo, – Tía Juna….Tía Juana- gritaba una joven
mientras aporreaba repetidamente su puerta - ¿Qué pasa….Qué pasa?- contestaba
Juana mientras se dirigía a abrir la puerta –venga usted corriendo que Josefa
la “Roja” ha roto aguas y tiene fuertes dolores, el niño está a punto de
Salir-.
Juana corrió rauda a coger sus
instrumentos de Partera y se dirigió
a la salida de su casa, agarró con su pequeña mano la aldaba de la vieja puerta
y cerró de un golpe, mientras el gozne emitía un lastimero quejido.
El manto oscuro de la noche
cubría la calle Mayor de la Villa,
las pocas lámparas públicas de aceite estaban apagadas, todos los recursos de
la población estaban destinados a combatir a los invasores franceses, el año
anterior el Intendente del General Joaquín
Blake, había requisado casi todo el aceite, paja, carne, y caballerías,
para las tropas que finalmente habían expulsado a las del Emperador Napoleón en
Murcia. Así mismo casi todos los hombres útiles de la Villa se habían
organizado en Milicias, mandadas por el capitán local León Blasco Claramunt.
Las dos mujeres bajaban con mucha
precaución por la calle Mayor, hacía la plaza
del Arrabal donde vivía la parturienta, el firme de la calle estaba en muy
mal estado desde que las últimas lluvias torrenciales habían arrastrado piedras
y abierto pequeños barrancos.
Juana en su apresurado caminar y
con la falta de luz, no se percató de una piedra que sobresalía del empedrado
de losas, tropezó en ella y cayó de bruces lastimándose las rodillas, se
levantó ayudada por la joven y pudo reanudar la marcha sangrando copiosamente.
Finalmente llegaron a la casa y
poniéndose “manos a la obra,” aplicando los conocimientos trasmitidos por las
mujeres de varias generaciones de su familia, ayudó a Josefa a traer un nuevo
niño al mundo.
Ya en a su casa, se curó las
heridas, el ajetreo de la noche le abrió el apetito, abrió la alacena y
comprobó que estaba completamente vacía, se tuvo que conformar con un mendrugo
de pan que se había guardado al mediodía, de una hogaza que le había regalado
un pariente. La Junta de Propios le
debía el sueldo de varios meses, y tenía que vivir de la caridad de parientes y
vecinos. Escribió una carta al Alcalde
de la Villa León Blasco para presentar su dimisión del cargo de Partera, alegando su avanzada edad y el
mal estado de las calles, dando un plazo de ocho días para encontrar a otra
persona que se hiciera cargo del empleo de Partera de la villa.
José Viudes Amorós. Vocal de
l’Institut d’Estudis Guardamarencs.
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